Vivimos en una sociedad donde no hay tiempo que perder y parece que la competición hacia el éxito empieza desde el mismo nacimiento. Tendemos a comparar el estado de desarrollo de nuestros bebés sin darnos cuenta de que corremos el riesgo de ir demasiado deprisa a riesgo de saltarnos las etapas necesarias de un proceso que es diferente en cada niño.
De igual manera que cada niño es diferente sus etapas de desarrollo también lo son. La naturaleza es sabia y, al modo de una semilla, cada niño contiene ya en su interior todo lo necesario para crecer. Tan solo necesita amor y sentirse respetado siendo reconocido sus propios logros pues la motivación para superarse más grande y genuina de un bebé y del niño al que dará lugar será la suya propia.
Nuestros bebés no necesitan que les enseñemos el camino sino más bien que les dejemos trazar el suyo acompañándoles en el desarrollo autónomo y espontáneo de su instinto. Bajo la aparente torpe fragilidad de los movimientos bebé se esconde la ejecución de un plan prodigioso que ha necesitado para fraguarse miles de años de evolución de la especie humana.
Cuando respetamos su ritmo, sin anticiparnos, sin prisas, no esperando el siguiente paso, sino disfrutando de cada uno, el niño hace evolucionar sus movimientos. La genética permite a los niños hacer este proceso por ellos mismos.